Por Randall Fernández
La mujer dominicana de estos tiempos atesora muchas virtudes y cualidades; lleva la delantera en los estudios a todos los niveles, pasa las pruebas del manejo organizado y honesto en sus responsabilidades laborales, y cada día, su voz está más presente e influyente en el debate de las prioridades del país.
Cada día el empoderamiento es más grande en relación a competencias en muchos escenarios que antes parecían vedados o en los que tenía una mínima incidencia. Por haber demostrado esas competencias y cualidades, la mujer, sin embargo, se encuentra con un enemigo que se ve y no se ve en sus caminos.
El hombre rezagado, psicópata, celoso; el que se quedó atrás en los estudios y el trabajo, y el que, prevalido todavía de un orgullo en decadencia, pretende imponer su condición de macho por sobre todas las cosas.
Otro enemigo, en este caso, enemiga, se agacha en sus mismas filas; aquellas mujeres que inundan las redes sociales exhibiéndose semidesnudas, haciendo gestos sensuales en poses provocativos de lujuria, prácticamente ofertándose como objetos sexuales al mejor postor, afectando la imagen de seriedad, compromiso y vocación de progreso de la mayoría.
Estas mujeres, que se pasan de la raya promoviendo sus figuras, no constituyen una
buena imagen ante la sociedad.
Hay mujeres que enaltecen el género con su trabajo de concho, manejando un carro o un motor para suplir las necesidades del hogar tras el fallecimiento de su esposo.
Hay millares de mujeres dominicanas en el campo y la ciudad que todas se consagran al cuidado de sus hijos, sus esposos o sus padres; estudian en las universidades, trabajan en diferentes empresas e incursionan en los nuevos emprendimientos.
A esas mujeres les rendimos hoy los mayores honores por constituir el segmento de
la población con más vocación hacia la superación y al engrandecimiento del país.
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