Los momentos de pánico y angustia que viví junto a mi familia, en Pedernales, y que nos colocaron al borde de la muerte tras el paso del huracán Inés hace hoy 58 años

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Por Carlos Julio Féliz

Momentos de desesperación, pánico y angustia viví, junto a mi familia, en 1966, cuando tenía ocho años de edad y que nos colocaron al borde de la muerte, durante la peor tragedia que registra en toda su historia la provincia de Pedernales, tras el paso del poderoso huracán Inés, hace hoy 58 años.

Durante el atardecer del 28 de septiembre de 1966, densas nubes negras cubrían todo el ambiente en el poblado de Pedernales.

Aquí no había estación de radio, ni receptores de televisión y las comunicaciones se limitaban a las escasas informaciones de que estábamos amenazados de un ciclón muy poderoso. La información corría como pólvora de boca en boca.

Durante el amanecer del día siguiente, en el sector Los Coquitos, donde residía, observaba un ambiente de tensión y preocupación entre los vecinos de la calle Mella. En todo el pueblo la información se concentraba en torno al ciclón.

Eso comentaban los vecinos: en las viviendas de familias como la de doña Rosa (recientemente cumplió 106 años), la familia González, la de Tetero y doña Pilón, Yeya, Pérez B; la de Reyes y Redondo (nuestros vecinos más cercanos), la de Eremirdo (mi tío), y la de la señora Basnila, más al norte. Más abajo, la del señor Beján, y otras tantas familias que conformaban el Pedernales de aquella época romántica. Ese era el ambiente en todo el sur. Con mayor peligro para las provincias de Barahona y Pedernales, pues Inés llevaba ruta hacia la península de Barahona y La isla Beata.

De las pocas casas de concreto, más cercanas, que había cerca nuestra vivienda estaban las de las familias Hernández y Tejeda, ambas frente a frente, en la calle Gastón Fernández Deligne. Otras estaban en la esquina más arriba, en la Duarte, y más de medio kilómetros hacia arriba, el sector Savica, construido hacia muy poco tiempo.

Mis abuelos Diego y Silvia, mis padres de crianza con quien vivía en el lateral oeste de la Mella temían que una regola que había entre la vivienda y la calle se desbordara y nos atrapara.

Por esta razón, el tío Virgene, a quien se le consideraba el líder familiar decidió llevarnos a su vivienda en una zona cercana a la Duarte arriba. Aunque su casa también era de madera, la consideraba más segura y por demás decía que tendría a sus padres (Silvia y Diego), y nosotros sus sobrinos , juntos a su familia.

Salimos con las pertenencias más necesaria, en una mudanza improvisada, que provocaba risas en algunos.

Hacia 21 años que Pedernales no vivía un ciclón de intensidad. Ese ciclón fue Katie, en 1955, una tormenta ya casi fuera de temporada que borró la entonces Colonia de Pedernales cuyas casas eran de tejamaní y zinc.

Se destaca que el gobierno construyó cien viviendas de concreto, casi tres años después para la inauguración de la provincia, en 1958, obra que estuvo a cargo del ingeniero Huáscar Tejeda (esto lo describo en el libro Historia de Pedernales que puse en circulación en 1984), junto a su colega Roberto Pastoriza. 

Desde nuestra casa en Los Coquitos, tomamos ruta hacia arriba de la Mella, frente a la panadería de Pilin y la casita de Chiri, un envejeciente de quien se decía era familia del vicepresidente Augusto Lora. De ahí a la derecha, donde residían los padres de Andrés Pérez (Chichicito) y Odalis, hoy dos profesionales pedernalenses de prestigio en el área de la ingeniería.

Seguimos la Duarte hacia arriba, hasta frente al colmado del señor Moquete, compadre del tío Virgene. Doblamos a la izquierda y llegamos a la casa del tío donde habían organizado todas sus pertenencias para hacer más espacio.

Lo que me parecía más protegido de los ajuares, era su aparato de música Pick Up, que se había hecho famoso en Pedernales por dar alegría al sector con la música de Cuco Valoy, José Manuel Calderón, Rafael Encarnación, Luís Segura, Matamoros y otros.

Nelly (mi hermana mayor), Evangelina y yo estábamos compartiendo llenos de inocencia con nuestros primitos, ajenos al peligro que se cernía para las familias de todo Pedernales.

Ya empezaban los reflejos con lluvias y brisas que se iban intensificando a medidas que avanzaba el día. Cuando los vientos alcanzaban su mayor fuerza, los horcones empezaban a quebrarse y el pánico se apoderaba de todos.

Los pequeños llorábamos desconsoladamente. Un ambiente jamás vivido. La angustia nos arropaba y nos abrazábamos todos. Nelly, Evangelina, Japona, Domingo, Máximo, Cristina, yo. Todos nos abrazábamos como si nos despedíamos de este mundo.

El tío nos metió debajo de dos mesas y minutos después la casa se derrumbó.

Una escena difícil de describir. Estábamos en tiniebla total, llantos por doquier, pero gracias a Dios todos con vida. Los adultos se llamaban unos a otros y nos pedían a los niños mantener la calma, asegurándonos que todo volvería a estar bien.

En medio del caos, los fuertes vientos y la lluvia intensa, desde la casa de doña Fanena, separada por muy escasos metros, su esposo (compadre del tío Virgene) le pidió formar una cadena humana para pasarnos, uno a uno, a su vivienda. Y lo lograron sin mayores inconvenientes.

Así quedó el ambiente en el pueblo de Pedernales, tras el Paso de Ines el 29 de septiembre de 1966.

 La brisa amenazaba con repetir la escena y semi destruyó también esa vivienda. Cuando el viento cesó, todos pasamos a una más segura, a unos sesenta metros, la casa de don Lucho.

Una escena infernal se vivía allí cuando otra brisa de gran intensidad (supongo ahora que la segunda cola del ciclón) soltaba las ráfagas sumamente intensas. Varios hombres sostenían la pared este de la vivienda de madera con resistentes horcones. Una columna humana de los hombres y jóvenes mayores desafiaron el viento.

Fue el gran momento en el que sentí como que todo era un sueño. No sé cómo le llamarían a esto en sicología. Recuerdo que estaba en la esquina noreste de la vivienda, una de las dos más alejada del drama por impedir la destrucción total. El agua nos caía, pues una parte del zinc se había despegado del techo superior.

Un burro “bramó” y recuerdo a mi abuelita Silvia decir: “ya el ciclón pasó”.

Un hombre decía con un megáfono: salgan, salgan, salgan. Todos al Casino Libertad (hoy el Club Socio Cultural). Todos al casino.

Los adultos nos llevaban de mano y en la Duarte, frente a la casa de doña Linda, vi a mi profesor Heráclito Peña Adames, con quien cursaba el tercero de primaria, cortar alambres del tendido eléctrico con un alicate.

Casi doscientos metros más adelante observé escenas inolvidables, entre ellas la del Colmado Inoa. El establecimiento estaba totalmente en el suelo. Los productos rodaban por la calle Duarte, inundada, y el cine Doris (el lugar de mayor entretenimiento de la época) con el techo de zinc desplomado.

Cuando pasábamos frente a la Casa de Olegario (donde está hoy el Banco de Reservas), escuchábamos disparos que hacían militares. Voluntarios nos pedían avanzar al refugio. Nos decían que los tiros tenían el fin de proteger comercios afectados.

Al llegar a la Duarte con Antonio Duvergé, frente al parque, observé otra escena difícil de olvidar, la Fortaleza del Ejercito, una hermosa obra construida en piedras, parcialmente destruida.

La Fortale del Ejército vista desde el parque. Quedó semi destruida por el Huracán Ines.

En el Casino pasamos la noche junto a varias familias. José Dolores Madera (Chichí), llevaba alimentos y golosinas a los niños. Luego nos trasladaron al hospital Elio Fiallo, una gran edificación inaugurada para la creación de la provincia, en 1958. Después nos trasladaron a la escuela primaria Hernando Gorjón, junto a otras familias.

Desde ahí, días después íbamos a ver el desastre que había hecho el mar: el muelle destruido, colchones y otros ajuares que había sacado a tierra, animales ahogados en conucos y potreros y un drama desolador en todo el pueblo. Afortunadamente sin ninguna víctima mortal en Pedernales.

Inés había golpeado con toda su fuerza a Cabo Rojo donde operaba la minera estadounidense Alcoa Exploration Company  y destruyó los talleres de mecánica y carpintería, afectó campamentos y oficinas, lanzó casas móviles de metal al mar y llevó una embarcación, conocida como el Pontiac, hasta el muelle de Pedernales (unas diez millas náuticas) y lo destruyó. En esta parte, al igual que en Pedernales no produjo víctimas mortales.

La fuerza del temible Inés, sin embargo, destruyó cientos de viviendas en el poblado de Pedernales, derribó una moderna granja, a la entrada de la ciudad, y tiró al suelo el tendido eléctrico y toda la flora. Muchas de las casas de concreto también resultaron con daños en puertas y ventanas.

Inés había penetrado a la provincia, al amanecer del jueves 29 de septiembre de 1966. El ojo entró por Los Cocos, entre Enriquillo y Juancho, justo la frontera entre Barahona y Pedernales. La primera localidad quedó barrida al igual que Juancho y La Colonia (cuyas casas eran de asbestos) donde Inés dejó amontonamientos de cadáveres que tuvieron que ser enterrados en fosas comunes.

En Oviedo viejo, en la ribera oeste de la laguna del mismo nombre o Trujín, mató a decenas de Personas y las familias sobrevivieron en el ayuntamiento, la única edificación que había de concreto en el pobladito.

Un informe de la Fuerza Aérea a la Presidencia decía que Pedernales había quedado semi destruido y que todas las comunicaciones terrestres estaban bloqueadas. Un piloto que sobrevoló la zona informó que de Enriquillo a Pedernales habían desaparecido pueblos enteros y que se observaban cadáveres mutilados.

Los Cocos, el pasado año, el lugar exacto por donde entró el ojo de Ines. ( Foto; Carlos Julio Féliz.

El gerente de Alcoa, Patrick N. Houghson había sobrevolado la provincia y a su retorno a la capital declaró a los periodistas que el panorama de Pedernales era desolador.

El diario el Caribe publicaba en primera página que Pedernales había quedado en ruinas. Una crónica de los periodistas Silvio Herasme Peña  y Guillermo Gómez, del Listín Diario, decía que las cifras preliminares eran de 48 muertos y más de mil 500 heridos.

Una de las imágenes más estremecedoras las captó el fotógrafo Julio Pimentel, en Juancho, de una señora fallecida, empotrada, con sus dos hijos en brazos también muertos. Muchas de las dramáticas escenas las observó personalmente el entonces presidente Joaquín Balaguer quien tenía semanas de haber asumido al poder. Uno de sus guardaespaldas dijo que lo vio llorar y reveló que debieron cruzarlo cargado en lugares inundados.

Tarja en Oviedo actual, en homenaje a las victimas de del Huracán Inés. Foto Carlos Julio Féliz.

La edición del rotativo El Caribe del primero de octubre publicó un reportaje del periodista Manuel Severino titulado: Dolor y Desolación Cunden en el Sur. Otra información de Rogelio Báez Acosta, desde Barahona, estaba titulada: Hay 500 heridos y cinco mil sin hogar.

El huracán Inés dejó un drama desgarrador, entre Ojeda, provincia Barahona (la cual destruyó totalmente), y Oviedo, provincia Pedernales.

El fenómeno provocó fuertes daños en el sur de Haití, donde dejó varias muertes. Cruzó el canal del Viento, siguió hacia el centro de Cuba, salió al atlántico (frente a la Florida), bajó a la izquierda en dirección al centro de México. Bordeó el oeste de Yucatán, y llegó con categoría de Depresión hasta disiparse en la nación azteca.

Un barrio en Pedernales, construido para los damnificados, lleva el nombre de este fenómeno, Inés, donde viví, hasta irme a la universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), a estudiar periodismo, trece años después del fenómeno, uno de los más destructores de la isla y cuyo nombre jamás estará en la lista de los futuros huracanes.

Barrio Inés, en Pedernales a dos años del paso del huracán.